La ciudad dormía, nadie transitaba por los obscuros y extraños pasadizos,
solo los pequeños ojos de Miguel recorrían todo el panorama desolado y
solitario que aquel ambiente ofrecía, no era raro que estuviese cada
noche en vigilia, en acecho de cualquier peligro que pudiera aparecer,
mientras sus habitantes descansaban.
Miguel no se detenía en ningún lugar, recorría de un lado a otro aquel extraño ambiente, cuidando el habitat de aquella sociedad.
Miguel era valiente, pese a las obscuridad y el frío de aquel lugar, prefería cuidarlo sin nunguna compañía, siempre había rehusado la yuda de sus compañeros.
Aquella sociedad, cuyos habitantes eran unos pocos al principio, fueron multiplicándose como por arte de magia, vivían bajo una casa de madera, una especie de subterraneo, con pasadizos que habían construído a base de mucho caminarlos.
Miguel vivía felíz al lado de los suyos, dormía parte del día y en las
tardes recibía la visita de los pequeños roedores del vecindario. Sus
visitantes escuchaban sus anécdotas y consejos para defenderse de los
peligros del mundo y del monstruo gato.
Todo cuanto decía Miguel era cosiderado un consejo sabio, sus compañeros lo veían como uno de los ratones de mejor experiencia y a esto se debía la confianza de dejarlo al cuidado de la pequeña ciudad en horas de la noche.
Aquella
tarde Miguel recordaba con tristeza lo que le pasó al viejo Coty,
quien en una ocasión salió a calmar la sed y cuando regresaba encontró
la muerte en la misma entrada de la cueva - fué una muerte espantosa -
decía a los pequeñuelos, quienes lo escuchaban con esmerada atención, -
el montruo gato lo alcanzó en la misma entrada y más nunca le volvimos
a ver - les dijo.
En
medio de aquella charla reinaba un silencio sepulcral, los ojos de
Miguel se llenaban de tristeza al recordar aquel trágico fin del viejo
Coty y unas pequeñitas lágrimas corrían por los pelos sedosos de su rostro, deslizándose hasta caer junto a sus patitas; entonces los pequeños
comenzaron a salir, uno por uno, en silencio, conmovidos por aquella
historia y respetando el dolor que en Miguel provocó el recuerdo de
aquel viejo amigo.
Mientras se reponía de estos recuerdos a Miguel le asaltaron deseos de tomar agua, sabía
del peligro del gato de la casa, pero sabía también como engañarlo y
se dispuso a hacerlo; con cautela se asomó a la salida, a lo lejos
alcanzó a ver al "monstruo", como le llamaba al gato, avanzó unos
pasos, hasta que las miradas de ambos se encontraron, entonces se
volvió corriendo hacía la cueva, llegando justo antes que el gato, que se había avalanzado hacía él, había logrado lo que quería, el gato estaría pendiente frente a la cueva, pero el saldría ahora por el lado opuesto, corrió rapidamente a la otra salida y con pasos rápidos se dirigió al baño en busca de agua.
El
olfato fino que le caracterizaba para prevenir el peligro, también le
había llevado a percibír el olor de ricos manjares. Se disponía a
aplacar la sed en la tina del baño cuando percibió el olor a queso, a
queso fino y bueno, su olfato no podía engañarlo, era evidente que no se
trataba de un queso corriente, se propuso investigar y dejar el agua
para luego; se desplazó sigilosamente, pero temiendo que el gato
apareciera, asomó la cabeza, lo alcanzó
a ver aún al acecho de la entrada de la cueva; no veía peligro, se fué
hasta la cocina y alli alcanzó a ver aquel hermoso trozo de queso,
sobre aquel pedazo de madera, - lo tomaré y me lo llevaré, - se dijo -
no puedo perder tiempo comiendo aquí, pués el monstruo puede venir.
- Otro que cae, este si es grande, que festín se va a dar el Misu. -
La ratonera, enemiga de aquella especie, había puesto fín tragicamente a la vida de Miguel, uno de los ratones de más experiencia contra el monstruo gato.