El perdón del moribundo

 Solo el intermitente sonido de los grillos rompía el silencio de la noche; dentro del bohío la tenue luz de una vela y sus destellos constantes eran mudos testigos de lo que Leoncio decía a su mujer.

- Clorinda, el compadre Marcelo quiere que yo vaya a su casa mañana domingo, quiero que planches mi camisa azul y mi pantalón gris, siempre me gusta visitar a mi compadre con buena ropa, pués sabes que es gente de gusto refinado.

La mujer contestó con un ligero movimiento de cabeza, era de poco hablar y de miranda profunda.

A petición de Marcelo, Leoncio le había prometido que su primer hijo sería bautizado por él, desde aquella promesa los dos hombres se trataban de "Usted" y de "Compadre", pese a que todavía no había señal de embarazo en Clorinda.

Mientras en la casa de Marcelo, este le comunicaba a su mujer la visita de Leoncio.

- María, el compadre Leoncio viene mañana, lo invité a comer con nosotros, posiblemente el estará llegando alrededor de las diez, pero tengo que salir a una diligencia en la mañana, cuando él venga, dile que no tardo, que me espere.

- Esta bien, asi lo haré, no te preocupes.

Al siguiente día Leoncio llegó a media mañana a la casa de Marcelo.

- Buenos días comadre, y el compadre Marcelo. ?

Buenos días compadre, Marcelo salió a una diligencia, no tardará, siéntese por favor.

- Comadre y los niños. ?

- Están bien, desde que sale el sol ensillan sus caballos y se van para el campo.

Marcaba el reloj las once, cuando la figura de Marcelo se asomó al umbral.

- Como está usted Leoncio; ? excúseme pero tuve que salir al pueblo temprano.

- No se preocupe Marcelo, me entretuve conversando con la comadre María.

- Como está la comadre Clorinda.?

- Está bien, quedó en la casa organizando algunas cosas.

El día se desarrollo en completa normalidad y bastante animado por las conversaciones de Leoncio, Marcelo y María; antes de finalizar la tarde, Leoncio optó por marcharse a su casa, en el trayecto se encontró con un amigo, al cual conocía por el mote de Juan Tijeras.

- Hola Leoncio, como te va.?

- Bien gracias y a ti Juan. ?

- A mi regular, de donde vienes hoy domingo a esta hora. ?

- Estaba en la casa de mi compadre Marcelo, fuí a visitarlo.

- Oh, se ve que que él te aprecia mucho, acaso él vino a buscarte.?

- No viejo, yo fuí por mi propia cuenta, a satisfacer una invitación que me hizo, por qué me preguntas eso. ?

- Por nada, lo ví llegar esta mañana a tu casa y creí que pasaba por ti.

- No, no pasaba por mí, a lo mejor llegó de pasada, pués él estaba en el pueblo.

- Bueno Leoncio, me voy, ando de prisa, será hasta otro día.

- Hasta luego.

Leoncio llegó a su casa y fué recibido por su mujer.

- Hola querido, como te fué. ?

- Bien, la verdad, nos divertimos bastante.

- Dame razón de mi comadre María.

- Ella está bien, te envía memorias y dice que cualquier tarde se aparece por aquí a hacerte una visita.

- Leoncio, la cena esta lista, puedes acercarte a la mesa en lo que busco el agua de tomar.

Leoncio vió con extrañeza que su mujer no le dijera que su compadre había visitado su casa en su ausencia y asoció esto a que Marcelo tampoco le dijo nada; a seguidas se preguntó, sí acaso serían habladurías de Juan Tijeras o podría ser que su mujer le tuviera alguna sorpresa; se hizo la proposición de no preguntarle nada y dejar que ella misma se lo dijera posteriormente, ya que podría ser un olvido de su parte.

Algunos días después, Leoncio tuvo necesidad de ir al pueblo, ensilló su caballo y salió casi al despuntar el sol, al regreso, en el trayecto se encontró con Marcelo.

- Hola compadre, como le va. ? 

- Vengo de regreso del pueblo, fuí a hacer una diligencia.

- Yo en cambio voy ahora para allá, a diligenciar la venta de un ganado en pié.

- Bueno compadre, que tenga éxito.

- Gracias Leoncio.

Leoncio llegó a su casa y contó a su mujer, los logros alcanzados en su gestión en el pueblo.

- Además, cuando venía de regreso, me encontré a mi compadre, me dijo que iba al pueblo a realizar un negocio.

- Te dijo cuando pensaba venir por aquí.?

- No, no me dijo.

A Leoncio le extrañaba la pregunta de su mujer, la cual le dejaba entrever que Marcelo no había llegado a su casa a saludar, porque el bohío en donde habitaba quedaba entre el pueblo y la casa de Marcelo; al ver que su mujer no le dijó nada, optó por ponerse al acecho y rapidamente urdió un plan.

- Clorinda, tengo que salir otra vez, pero ahora debo ir a casa de mi amigo Juan Tijeras, de paso llegaré a saludar a mi comadre María, sí tienes algún recado para ella, me lo puedes encomendar, estaré de regreso al anochecer.

- Pero, acabas de llegar.

- Mira mujer, en el pueblo me dieron una encomienda para Juan Tijeras y me dijeron que era de urgencia que la entregara hoy mismo.

- Esta bien, dile a mi comadre que la espero el domingo, que venga ella y el compadre a pasarse el día con nosotros.

Leoncio montó su caballo y se dirigió en dirección contraria al pueblo, pero en vez de seguir hasta la casa de su amigo, se internó en un platanal y desde allí emprendió el regreso, por dentro del prado; se arrimó a la sombra de un árbol de caimito que había en el lugar y desde allí se dedicó a vigilar el menor movimiento de su casa; hacía un par de horas que estaba allí, cuando divisó a Marcelo que llegaba y aunque no escuchaba lo que allí se hablaba, podía ver lo que allí sucedía.

Leoncio vió como su mujer se acercó a la puerta trasera y mientras miraba para ambos lados, daba media vuelta hacía adentro y cerraba la puerta consigo.

- Maldición, Clorinda cerró la puerta, ahora mismo me acercaré para ver que está sucediendo.

Leoncio se acercó sigilosamente hasta la pared trasera del bohío en donde encontró una endija por la cual alcanzó a ver en penumbra a Clorinda y a Marcelo dirigirse hacía el aposento.

- Cuantas veces habrá sucedido esto.? se preguntaba, al tiempo que se retiraba del lugar, se fué caminando hasta llegar al Caimito, lugar donde se encontraba su caballo, allí se sentó sobre una roca y se puso a cavilar.

- Lo mejor que hice fué retirarme, pero me las pagarán, ahora mismo verán quien es Leoncio; ya me extrañaba que Marcelo, hombre de dinero, me pidiera a mi, un pobre infeliz, que le cediera a mi primer hijo para el bautizarlo, eso no fué más que un ardid, para que yo no sospechara de él, ahora es que caigo en cuenta, que el día que yo estuve en su casa, el vino por el otro camino para acá, por eso fué que Juan Tijeras lo vió en mi casa.

Leoncio se dirigió a comprar una botella de ron a una bodega cercana, seguido apuró un trago; luego se internó profundo dentro del campo en donde recogió unas hierbas, de las cuales obtuvo el sumo y lo ligó con el ron. Un rato después, cuando vió que Marcelo salía de la casa, apresuró el paso y le salió al frente.

- Hola compadre, como le fué en el negocio. ?

- Bien de verdad.

- Compadre, acabo de pasar por la bodega, en donde compré esta botella de ron, péguese un trago, que este es del añejo. 

- Venga de allá, vamos a probarlo.

Después que Marcelo apuró el trago, Leoncio simuló tomar uno de la misma botella, aunque lo que hizo fué pegar sus labios al frasco, solamente.

Leoncio llegó a su casa y en el anochecer recibió la visita de la mujer de Marcelo.

- Compadre, compadre corra, que Marcelo se siente mal y parece que se muere, en su delirio solo lo llama a usted.

- Como, ? qué se muere mi compadre. ?

- Si, compadre dese prisa, por favor.

Al rato María y Leoncio habían llegado a la casa.

- Compadre, me estoy muriendo, me siento muy mal, lo mandé a buscar porque quiero decirle algo antes de morir; por favor María, déjame solo con el compadre. 

 - Dígame lo que tiene guardado para mi.

- Leoncio, antes de morir yo quiero que usted me perdone, pero antes de decirle de que se trata, quisiera que usted me prometa que sabrá asimilar mi falta. Solo quiero su perdón.

- Se lo prometo compadre; a ver dígame cual es esa falta tan grave.

- Leoncio, yo le he sido infiel con Clorinda, su esposa.

- Bueno Marcelo, parece que usted se va despidiendo, por eso yo le perdono esa falta que es muy grave, muera sin preocupación.

- Gracias Leoncio, ahora podré morir en paz.

- Marcelo, ahora soy yo quien quiere recibir su perdón, antes que usted muera.

- Leoncio, sí usted perdonó mi falta, dígame usted lo que quiere que yo le perdone, que perdonada ya está.

- Marcelo, el trago de ron que le dí a tomar esta tarde cuando nos encontramos, yo lo había ligado con una sustancia tóxica, lo cual es la causa que usted se encuentre en ese lecho, viviendo sús últimos momentos. 


* El perdón del moribundo, fué publicado el Sábado 7 de Septiembre de 1968, en el periódico El Caribe de Santo Domingo, D. N., República Dominicana.

** El perdón del moribundo, ha sido editado y revisado por el autor en el año 2011, haciéndole algunas modificaciones de forma.