El dia de Reyes



Las cortinas del mes de Diciembre estaban prestas a cerrar el año 1960, eran días difíciles en la economía nacional, debido a que la OEA había impuesto sanciones económicas al país, por haberse descubierto que Rafael Trujillo, el hombre fuerte del régimen dominicano, era el causante de un atentado que casi le costó la vida al Presidente de Venezuela Rómulo Betancourt.

Para ese entonces yo visitaba cada tarde la casa de mi tía, quien tampoco tenía una posición muy halagadora, vivía con sus tres niños, un varón de 12 años y dos hembras, que apenas alcanzaban los 7 y los 4 años, eran pequeñas y tiernas, yo las quería como sí fueran las más pequeñitas de mis hermanas; ellas me veían grande, adulto, como si yo fuera su hermano mayor, me querían mucho y me demostraban ese cariño en cada oportunidad, recuerdo que siempre querían peinar mis cabellos; el varón era más circunspecto, amable, correcto y afectuoso como su padre. Mi tía me quería mucho y sentía regocijo cuando le visitaba, me quería como si yo fuera uno de sus hijos.

En esa época, era tradición celebrar el día de los Reyes Magos cada día 6 de Enero, por lo que cada niño iba arrastrando en su mente una idea de las cosas que anhelaba que los Reyes les trajeran de regalo.

En el período previo a esa fecha, los niños hacen el mayor esfuerzo de portarse mejor, ya que tienen la idea que sí no tienen buen comportamiento, respeto hacía los mayores y han pasado de curso, los Reyes no les dejan regalos buenos o simplemente no les dejan nada.

La noche del 5 de Enero, los niños se acuestan más temprano que de costumbre esperando encontrar al levantarse los regalos que los Reyes Magos le hayan dejado, descubriendo también que los Reyes se han llevado las hierbas que ellos dejaron para los camellos y la cartita describiendo los regalos que deseaban.

A pesar del tiempo ir pasando, poco ha cambiado de estas costumbres.

Recuerdo que un día durante el período navideño 1960 mi tía me llama y me dice casi en susurro.

- Tengo un problema, estas navidades son muy precarias para nosotros, las niñas no entienden nada de eso, y ya quieren hacer su cartita para los Reyes, me han dicho que te pedirán que les ayude a escribirlas, quiero que las ayudes por favor.

- Tía, espero que ellas no se desborden en sus aspiraciones.

- Eso esperamos, sí lo hacen, mira a ver como puedes ayudar a neutralizarlas un poco.

Un rato más tarde me trasladé al área de reunión familiar y hablé con mis primitas, quienes ya estaban entusiasmadas al saber que les ayudaría a escribir sus anheladas cartitas.     

Para aquella época, las muñecas eran simples y los demás juegos también, sólo se conocían una o dos muñecas que decían mamá y papá; no eran muñecas muy complicadas, con comandos electrónicos, ni nada por el estilo, pero el costo de una de estas era muy elevado en comparación con las que no decían nada; no era un precio exagerado, pero para una familia con precariedades resultaba elevado.

Al ver que ambas querían sus cartitas de primero, no me costo mucho trabajo convencerlas que yo estaría con ellas hasta escribir ambas, así que la más pequeña cedio su turno a la grande.

- Bueno y qué quieres pedirle a los Reyes Magos. ?

- Yo quiero una muñeca grande, que hable y diga mamá y papá.

- Primita, por qué no pides una de las otras, son más sencillas y no se dañan tan fáciles, así no te quedas sin muñeca sí se te daña.

- No, yo quiero una grande, que diga mamá y papá.

Es entonces que me digo, aquí hay un problema, cómo lo solucionaré. ?

Trato de hacerme el inteligente, cortándole la lista de regalos a sólo un artículo y le digo:

- Bueno, vamos a ver, aquí está ya tu carta hecha: 

- Cómo dice. ?      

- Oye como dice:

Queridos Reyes Magos, me he portado bien todo el año, he ido a la escuela y he pasado de curso, quiero que me dejen de regalo una muñeca grande, de las que hablan, que diga mamá y papá

- Ahora escribimos tu nombre y ya está, entonces vamos a hacer la de tú hermanita.

- No, no, no, yo no he terminado, me faltan otros regalos.

No me valió la astucia, la niña sabía más que yo, por lo que se me hizo difícil terminar la carta en ese punto.

- Vamos a ver que más le quieres pedir.

- Yo quiero también un juego de cocina para hacerle la comida a la muñeca y una casita con sus muebles, todo eso para la muñeca, para mi yo quiero un velocipedo, y también...

- También qué. ? ya está bueno, hay que hacerle la carta a tu hermanita, yo tengo que irme.

- No, no, tú me dijiste que estarías aquí hasta que hicieramos las dos cartas a los reyes, así que no te puedes ir. 

- Qué más quieres. ? 

y para detenerla le pregunté en broma:

- Quieres un avión. ?

- Si, que me pongan un avión.

Quedé sorprendido por su respuesta, es entonces que se me ocurre preguntarle lo imposible, esperando un rotundo no.

- Y quieres el puente. ?

- Ay si, que me pongan un puente.

Y ya siguió el festival de preguntas ilógicas a la primita, que a nada decía no.

- Quieres un aeropuerto para el avión ?   

- Ay si, que me pongan un aeropuerto, etc, etc.......

La carta se hizo de dos páginas.

Luego escribí la cartita de la primita más pequeña, la cual fue muy fácil, por ser apenas la primera ocasión que iba a pedirles algo a los Reyes, una muñeca que hable, que diga mamá y papá.

- Tía, me voy, ya he terminado con las cartas de las primitas.

- Como te fué. ?

- Bueno tía, no tan bién como yo deseaba, no fué fácil.   

Llegó el día de Reyes, ansiosamente esperado por mis primitas y para sorpresa de ellas, los Reyes apenas le dejaron una muñeca a cada una, de tamaño mediano, las cuales no hablaban.

Fué una tarea ardua explicarles que a los Reyes se le habían terminado las muñecas que hablaban y los demás juguetes, pues ellos comenzaron a repartir juguetes desde el inicio de la ciudad, la cual era muy grande, pero podían esperar el próximo año, ya que ellos comenzarían a repartir por el extremo donde ellas vivían, lo cual les ponía en ventaja el siguiente año.

Así sucedieron las cosas y entonces llegó la década de los años 1970 y de los 1980, también de los 1990 y el advenimiento de un nuevo milenio en el 2000 y luego la nueva década del 2010 y aún mis primitas recuerdan que les hice sus cartitas en donde escribí pidiéndole para ellas a Melchor, Gaspar y Baltazar, dos muñecas que dijeran mamá y papá, un velocípedo, un avión, un puente y un aeropuerto.

Cuanto quería yo a mi primitas pequeñas y cuanto las sigo queriendo como adultas, ambas formaron sus hogares, procrearon sus hijos, quienes se formaron profesionalmente y estos a su vez formaron sus propias familias y han ido procreando a sus respectivos hijos. 

El premio mayor

Don Secundino acababa de encender la radio para escuchar el sorteo, esto lo hacía todos los domingos, con la esperanza de ver agraciado con el gordo, su número abonado el 9,342.

Aquel señor no permitía que nadie, ni siquiera su mujer, le hablara durante la celebración del sorteo, pués le gustaba prestar esmerada atención a la relación de premios que era transmitida por la emisora local en horas de la mañana.

Ese domingo, su mujer le había preparado un jugo de frutas y lo había colocado sobre la mesa, al lado de sus cigarros y cenicero.
El sorteo comenzó a la hora acostumbrada y don Secundino al tiempo que escuchaba la relación de premios, no apartaba la vista de su planilla de billetes.

Todo fué normal durante la primera hora del sorteo, en que todos los billetes ganadores hasta ese momento eran de diez pesos.

Don Secundino, pese a su caracter sereno, se encontraba ya un poco impaciente, pués faltaba poco para finalizar el sorteo y su número abonado, aún no habia salido agraciado, aunque le quedaba la esperanza mayor, la de sacarse el primer premio y poder comprar para su mujer la casita que tanto le había prometido. Su impaciencia, más que otra cosa, se debía a que hacía varios meses que no acertaba siquiera a uno de los premios de consolación de diez pesos.

El sorteo continuaba, una voz femenina se oía por la radio decir los números de los billetes agraciados, mientras la de un hombre anunciaba el monto de los premios:

870... diez pesos. 3,841... diez pesos. 9,031... diez pesos. 349... diez pesos. 871... diez pesos.

Fumaba don Secundino su cigarro, cuando el sorteo fué interrumpido para dar la noticia que un caso único había ocurrido, apenas faltaban diez premios y el grande aún no había salido.

La impaciencia de aquel señor era tal que se había parado de su silla y daba paseitos alrededor de la mesa.

Las voces de la radio se dejaron escuchar de nuevo....... 13,942... diez pesos. 2,348... diez pesos. 5,321...diez pesos.

El sorteo fué de nuevo detenido faltando solo tres premios, esta vez fué el propio director de la Lotería Nacional quien se dirigió a la teleaudiencia, haciéndose la interrogante de cual de los bolos que faltaban por salir sería el del premio mayor, al tiempo que deseaba todo género de suerte a aquellas personas cuyos números aún se encontraban dentro del globo.

Al continuar el sorteo, la primera bola fué cantada con el número 9,342 que era precisamente el que don Secundino esperaba, un gesto de alegría se dibujó en su cara, ya algo ajada por los años, pero esta alegría duró poco tiempo, pués su cuerpo fué sacudido de repente cuando la radio, luego de una ligera pausa decía..... diez pesos.

Al sepelio de aquel hombre, efectuado al día siguiente, fué enviada una corona de flores a nombre de la Lotería Nacional.


* El Premio Mayor, fué escrito en el Invierno de 1967 y publicado el Sábado 18 de Enero de 1969, en el periódico El Caribe de Santo Domingo, D. N., República Dominicana.

Visita inesperada

- Virilo, la maleta la tengo lista, sólo esperaba a que llegaras del conuco. Recuerda que el carro viene a buscarnos temprano en la mañana.

- Carolina, lo mío es poca cosa, debes dejar espacio en la maleta para colocar mi ropa también.

Aquel hombre y su mujer esperaban con entusiasmo el momento de abordar el carro que los conduciría a la capital, a donde esperaban llegar de sorpresa a visitar a unos amigos de infancia.

- Qué hora es. ?

- Deben ser la cinco y media, el gallo ha cantado varias veces seguidas.

- A qué hora dijo el chofer que vendría. ?

- A las siete y media.

- Voy a juntar la candela para colar café, o quieres que te haga un poco de jengibre. ?

- Es mejor un poco de jengibre, pués la mañana se siente muy fresca.

El tiempo transcurrió de prisa.

- Mira, creo que allí viene el carro, le expliqué al chofer que queríamos llegar antes de las doce, porque comeríamos allá y no queríamos llegar a una hora inoportuna.

- Lo de la hora inoportuna no importa, ! Juanito y su mujer son gente de vida holgada. ! no ves que viven en la capital. ?

- Es verdad mujer.

Efectivamente era el carro que esperaban Virilo y Carolina, lo abordaron ocupando el asiento delantero junto al chofer, mientras en el asiento trasero, iban como pasajeros otras personas, los cuales se entretenían charlando.

- Llegaremos a tiempo a la capital, Virilo. ?

El chofer se adelantó y contestó:

- Antes de las doce y media estaremos allá doñita, así que no se apure y vaya tranquila, que ese moro se lo come usted.

Mientras esto sucedía en el camino a la capital, en la casa de Juanito y Luisa se escuchaba decir:

- Luisa, espérame un ratito, vuelvo seguida, anoche le solicité un fiao a Miguel, el pulpero, y me dijo que me contestaría hoy en la mañana.

- Ojalá lo consigas, ya no aguanto más, estoy muy débil  y me parece a cada instante que me voy a caer.

Juanito volvió al rato y...

- Qué te dijo Miguel. ?

- Me dijo que el negocio no soporta más crédito, pero en cambio me regaló un peso de su bolsillo.

- Entonces, compraré la comida para que Armandito coma; el niño no me deja tranquila diciéndome que tiene hambre.

Efectivamente, a Luisa le preocupaba su pequeño hijo, el cual con apenas siete años de edad, no comprendía la precaria situación económica de sus padres y cuando sentía hambre, lo primero que hacía era pedir de comer a su madre.

- Juanito, la comida estará para después de las doce.

- Y qué estás cocinando, Luisa. ?

- Plátanos con espaguettis; lo que quedó del peso fueron tres centavos, pués tuve que comprar cuaba, carbón, aceite, ajo, cebolla, salsa, plátanos y los espaguettis, aquí había poca cosa.

Las horas fueron pasando y como de costumbre, la sirena del cuartel de bomberos, se dejó escuchar al medio día, justo cuando frente a la casa donde vivían Juanito y su mujer, la bocina de un carro sonaba con insistencia.

- Luisa, hay un carro frente a la puerta, mira a ver quién es que llega.
La mujer se paró de la silla y al asomarse a la puerta no pudo contener un gesto de asombro.

- Oh, cuanto tiempo...,  corre Juanito, ven a ver quienes están aquí.

- Oh, pero si son Virilo y Carolina. !

El hombre y la mujer se desmontaron del auto y después de darse un caluroso saludo, Virilo tomó la maleta y penetraron a la casa.

- Pero dime Virilo... y esa sorpresa.?

- Fué idea de Carolina, tanto tiempo sin verlos, decidimos venir, darles la sorpresa y pasar un par de días con ustedes.

Juanito y Luisa se miraron, una preocupación se apoderó de ambos, pensaron en la situación económica por la que atravesaban desde que Juanito había perdido su empleo; además habían pasado los dos últimos días de ayuno involuntario y anticipaban que ese día tampoco probarían bocado alguno, ya que debían dar de comer a la visita.

Luisa fué la primera en hablar.

- Que bueno que han llegado, acérquense a la mesa, que todavía hay comida suficiente.

- Bueno, dice el refrán, que más vale llegar a tiempo que ser invitado.

- Así es Carolina.

Después de haber comido y justo en el momento en que los visitantes se paraban de la mesa, Armandito entró por la puerta del patio, en donde se encontraba jugando y con frase sorprendente dijo:

- Mamá, tengo hambre, sírveme mi comida,  que no me diste desayuno hoy.

Mientras esto pasaba dentro de la casa, desde afuera se escuchaba la voz de la vecina que llamaba insistentemente a Luisa.

- Luisa, vecina huya, vecina corra, vengan que los buscan.

Efectivamente, un vehículo se había estacionado frente a la casa y sus ocupantes preguntaban por Luisa y Juanito.

- Son ustedes Luisa y Juanito ?

- Si, seguro, somos nosotros.

Les queremos entregar los premios con los cuales han sido agraciados en la rifa de fín de mes del almacén de abastos El municipal, estos premios, consisten de un lote de productos comestibles, para una familia de seis personas, para el consumo de un mes y una vajilla completa para seis personas.

- Juanito, no lo puedo creer, no puedo creer que estos regalos sean para nosotros. Dios si es grande, siempre protege a sus hijos.

A insistencia de Luisa y Juanito, sus amigos Carolina y Virilo extendieron su visita por una semana adicional, la cual compartieron alegremente.


*  Visita inesperada, originalmente publicado bajo el título El Hambre, el Sábado 12 de Octubre de 1968, en el periódico El Caribe de Santo Domingo, D. N., República Dominicana.

** Visita inesperada, ha sido editado y revisado por el autor en el año 2011, haciéndole algunas modificaciones de forma.


El perdón del moribundo

 Solo el intermitente sonido de los grillos rompía el silencio de la noche; dentro del bohío la tenue luz de una vela y sus destellos constantes eran mudos testigos de lo que Leoncio decía a su mujer.

- Clorinda, el compadre Marcelo quiere que yo vaya a su casa mañana domingo, quiero que planches mi camisa azul y mi pantalón gris, siempre me gusta visitar a mi compadre con buena ropa, pués sabes que es gente de gusto refinado.

La mujer contestó con un ligero movimiento de cabeza, era de poco hablar y de miranda profunda.

A petición de Marcelo, Leoncio le había prometido que su primer hijo sería bautizado por él, desde aquella promesa los dos hombres se trataban de "Usted" y de "Compadre", pese a que todavía no había señal de embarazo en Clorinda.

Mientras en la casa de Marcelo, este le comunicaba a su mujer la visita de Leoncio.

- María, el compadre Leoncio viene mañana, lo invité a comer con nosotros, posiblemente el estará llegando alrededor de las diez, pero tengo que salir a una diligencia en la mañana, cuando él venga, dile que no tardo, que me espere.

- Esta bien, asi lo haré, no te preocupes.

Al siguiente día Leoncio llegó a media mañana a la casa de Marcelo.

- Buenos días comadre, y el compadre Marcelo. ?

Buenos días compadre, Marcelo salió a una diligencia, no tardará, siéntese por favor.

- Comadre y los niños. ?

- Están bien, desde que sale el sol ensillan sus caballos y se van para el campo.

Marcaba el reloj las once, cuando la figura de Marcelo se asomó al umbral.

- Como está usted Leoncio; ? excúseme pero tuve que salir al pueblo temprano.

- No se preocupe Marcelo, me entretuve conversando con la comadre María.

- Como está la comadre Clorinda.?

- Está bien, quedó en la casa organizando algunas cosas.

El día se desarrollo en completa normalidad y bastante animado por las conversaciones de Leoncio, Marcelo y María; antes de finalizar la tarde, Leoncio optó por marcharse a su casa, en el trayecto se encontró con un amigo, al cual conocía por el mote de Juan Tijeras.

- Hola Leoncio, como te va.?

- Bien gracias y a ti Juan. ?

- A mi regular, de donde vienes hoy domingo a esta hora. ?

- Estaba en la casa de mi compadre Marcelo, fuí a visitarlo.

- Oh, se ve que que él te aprecia mucho, acaso él vino a buscarte.?

- No viejo, yo fuí por mi propia cuenta, a satisfacer una invitación que me hizo, por qué me preguntas eso. ?

- Por nada, lo ví llegar esta mañana a tu casa y creí que pasaba por ti.

- No, no pasaba por mí, a lo mejor llegó de pasada, pués él estaba en el pueblo.

- Bueno Leoncio, me voy, ando de prisa, será hasta otro día.

- Hasta luego.

Leoncio llegó a su casa y fué recibido por su mujer.

- Hola querido, como te fué. ?

- Bien, la verdad, nos divertimos bastante.

- Dame razón de mi comadre María.

- Ella está bien, te envía memorias y dice que cualquier tarde se aparece por aquí a hacerte una visita.

- Leoncio, la cena esta lista, puedes acercarte a la mesa en lo que busco el agua de tomar.

Leoncio vió con extrañeza que su mujer no le dijera que su compadre había visitado su casa en su ausencia y asoció esto a que Marcelo tampoco le dijo nada; a seguidas se preguntó, sí acaso serían habladurías de Juan Tijeras o podría ser que su mujer le tuviera alguna sorpresa; se hizo la proposición de no preguntarle nada y dejar que ella misma se lo dijera posteriormente, ya que podría ser un olvido de su parte.

Algunos días después, Leoncio tuvo necesidad de ir al pueblo, ensilló su caballo y salió casi al despuntar el sol, al regreso, en el trayecto se encontró con Marcelo.

- Hola compadre, como le va. ? 

- Vengo de regreso del pueblo, fuí a hacer una diligencia.

- Yo en cambio voy ahora para allá, a diligenciar la venta de un ganado en pié.

- Bueno compadre, que tenga éxito.

- Gracias Leoncio.

Leoncio llegó a su casa y contó a su mujer, los logros alcanzados en su gestión en el pueblo.

- Además, cuando venía de regreso, me encontré a mi compadre, me dijo que iba al pueblo a realizar un negocio.

- Te dijo cuando pensaba venir por aquí.?

- No, no me dijo.

A Leoncio le extrañaba la pregunta de su mujer, la cual le dejaba entrever que Marcelo no había llegado a su casa a saludar, porque el bohío en donde habitaba quedaba entre el pueblo y la casa de Marcelo; al ver que su mujer no le dijó nada, optó por ponerse al acecho y rapidamente urdió un plan.

- Clorinda, tengo que salir otra vez, pero ahora debo ir a casa de mi amigo Juan Tijeras, de paso llegaré a saludar a mi comadre María, sí tienes algún recado para ella, me lo puedes encomendar, estaré de regreso al anochecer.

- Pero, acabas de llegar.

- Mira mujer, en el pueblo me dieron una encomienda para Juan Tijeras y me dijeron que era de urgencia que la entregara hoy mismo.

- Esta bien, dile a mi comadre que la espero el domingo, que venga ella y el compadre a pasarse el día con nosotros.

Leoncio montó su caballo y se dirigió en dirección contraria al pueblo, pero en vez de seguir hasta la casa de su amigo, se internó en un platanal y desde allí emprendió el regreso, por dentro del prado; se arrimó a la sombra de un árbol de caimito que había en el lugar y desde allí se dedicó a vigilar el menor movimiento de su casa; hacía un par de horas que estaba allí, cuando divisó a Marcelo que llegaba y aunque no escuchaba lo que allí se hablaba, podía ver lo que allí sucedía.

Leoncio vió como su mujer se acercó a la puerta trasera y mientras miraba para ambos lados, daba media vuelta hacía adentro y cerraba la puerta consigo.

- Maldición, Clorinda cerró la puerta, ahora mismo me acercaré para ver que está sucediendo.

Leoncio se acercó sigilosamente hasta la pared trasera del bohío en donde encontró una endija por la cual alcanzó a ver en penumbra a Clorinda y a Marcelo dirigirse hacía el aposento.

- Cuantas veces habrá sucedido esto.? se preguntaba, al tiempo que se retiraba del lugar, se fué caminando hasta llegar al Caimito, lugar donde se encontraba su caballo, allí se sentó sobre una roca y se puso a cavilar.

- Lo mejor que hice fué retirarme, pero me las pagarán, ahora mismo verán quien es Leoncio; ya me extrañaba que Marcelo, hombre de dinero, me pidiera a mi, un pobre infeliz, que le cediera a mi primer hijo para el bautizarlo, eso no fué más que un ardid, para que yo no sospechara de él, ahora es que caigo en cuenta, que el día que yo estuve en su casa, el vino por el otro camino para acá, por eso fué que Juan Tijeras lo vió en mi casa.

Leoncio se dirigió a comprar una botella de ron a una bodega cercana, seguido apuró un trago; luego se internó profundo dentro del campo en donde recogió unas hierbas, de las cuales obtuvo el sumo y lo ligó con el ron. Un rato después, cuando vió que Marcelo salía de la casa, apresuró el paso y le salió al frente.

- Hola compadre, como le fué en el negocio. ?

- Bien de verdad.

- Compadre, acabo de pasar por la bodega, en donde compré esta botella de ron, péguese un trago, que este es del añejo. 

- Venga de allá, vamos a probarlo.

Después que Marcelo apuró el trago, Leoncio simuló tomar uno de la misma botella, aunque lo que hizo fué pegar sus labios al frasco, solamente.

Leoncio llegó a su casa y en el anochecer recibió la visita de la mujer de Marcelo.

- Compadre, compadre corra, que Marcelo se siente mal y parece que se muere, en su delirio solo lo llama a usted.

- Como, ? qué se muere mi compadre. ?

- Si, compadre dese prisa, por favor.

Al rato María y Leoncio habían llegado a la casa.

- Compadre, me estoy muriendo, me siento muy mal, lo mandé a buscar porque quiero decirle algo antes de morir; por favor María, déjame solo con el compadre. 

 - Dígame lo que tiene guardado para mi.

- Leoncio, antes de morir yo quiero que usted me perdone, pero antes de decirle de que se trata, quisiera que usted me prometa que sabrá asimilar mi falta. Solo quiero su perdón.

- Se lo prometo compadre; a ver dígame cual es esa falta tan grave.

- Leoncio, yo le he sido infiel con Clorinda, su esposa.

- Bueno Marcelo, parece que usted se va despidiendo, por eso yo le perdono esa falta que es muy grave, muera sin preocupación.

- Gracias Leoncio, ahora podré morir en paz.

- Marcelo, ahora soy yo quien quiere recibir su perdón, antes que usted muera.

- Leoncio, sí usted perdonó mi falta, dígame usted lo que quiere que yo le perdone, que perdonada ya está.

- Marcelo, el trago de ron que le dí a tomar esta tarde cuando nos encontramos, yo lo había ligado con una sustancia tóxica, lo cual es la causa que usted se encuentre en ese lecho, viviendo sús últimos momentos. 


* El perdón del moribundo, fué publicado el Sábado 7 de Septiembre de 1968, en el periódico El Caribe de Santo Domingo, D. N., República Dominicana.

** El perdón del moribundo, ha sido editado y revisado por el autor en el año 2011, haciéndole algunas modificaciones de forma.

El vigilante

La ciudad dormía, nadie transitaba por los obscuros y extraños pasadizos, solo los pequeños ojos de Miguel recorrían todo el panorama desolado y solitario que aquel ambiente ofrecía, no era raro que estuviese cada noche en vigilia, en acecho de cualquier peligro que pudiera aparecer, mientras sus habitantes descansaban.

Miguel no se detenía en ningún lugar, recorría de un lado a otro aquel extraño ambiente, cuidando el habitat de aquella sociedad.
Miguel era valiente, pese a las obscuridad y el frío de aquel lugar, prefería cuidarlo sin nunguna compañía, siempre había rehusado la yuda de sus compañeros. 

Aquella sociedad, cuyos habitantes eran unos pocos al principio, fueron multiplicándose como por arte de magia, vivían bajo una casa de madera, una especie de subterraneo, con pasadizos que habían construído a base de mucho caminarlos. 

Miguel vivía felíz al lado de los suyos, dormía parte del día y en las tardes recibía la visita de los pequeños roedores del vecindario. Sus visitantes escuchaban sus anécdotas y consejos para defenderse de los peligros del mundo y del monstruo gato.

Todo cuanto decía Miguel era cosiderado un consejo sabio, sus compañeros lo veían como uno de los ratones de mejor experiencia y a esto se debía la confianza de dejarlo al cuidado de la pequeña ciudad en horas de la noche.

Aquella tarde Miguel recordaba con tristeza lo que le pasó al viejo Coty, quien en una ocasión salió a calmar la sed y cuando regresaba encontró la muerte en la misma entrada de la cueva - fué una muerte espantosa - decía a los pequeñuelos, quienes lo escuchaban con esmerada atención, - el montruo gato lo alcanzó en la misma entrada y más nunca le volvimos a ver - les dijo.

En medio de aquella charla reinaba un silencio sepulcral, los ojos de Miguel se llenaban de tristeza al recordar aquel trágico fin del viejo Coty y unas pequeñitas lágrimas corrían por los pelos sedosos de su rostro, deslizándose hasta caer junto a sus patitas; entonces los pequeños comenzaron a salir, uno por uno, en silencio, conmovidos por aquella historia y respetando el dolor que en Miguel provocó el recuerdo de aquel viejo amigo.

Mientras se reponía de estos recuerdos a Miguel le asaltaron deseos de tomar agua, sabía del peligro del gato de la casa, pero sabía también como engañarlo y se dispuso a hacerlo; con cautela se asomó a la salida, a lo lejos alcanzó a ver al "monstruo", como le llamaba al gato, avanzó unos pasos, hasta que las miradas de ambos se encontraron, entonces se volvió corriendo hacía la cueva, llegando justo antes que el gato, que se había avalanzado hacía él, había logrado lo que quería, el gato estaría pendiente frente a la cueva, pero el saldría ahora por el lado opuesto, corrió rapidamente a la otra salida y con pasos rápidos se dirigió al baño en busca de agua.

El olfato fino que le caracterizaba para prevenir el peligro, también le había llevado a percibír el olor de ricos manjares. Se disponía a aplacar la sed en la tina del baño cuando percibió el olor a queso, a queso fino y bueno, su olfato no podía engañarlo, era evidente que no se trataba de un queso corriente, se propuso investigar y dejar el agua para luego; se desplazó sigilosamente, pero temiendo que el gato apareciera, asomó la cabeza, lo alcanzó a ver aún al acecho de la entrada de la cueva; no veía peligro, se fué hasta la cocina y alli alcanzó a ver aquel hermoso trozo de queso, sobre aquel pedazo de madera, - lo tomaré y me lo llevaré, - se dijo - no puedo perder tiempo comiendo aquí, pués el monstruo puede venir. 

Se acercó rapidamente, pero percibió un peligro, tenía un sexto sentido que se lo denunciaba, no lo veía, pero lo presentía, retrocedió, de nuevo vió al gato en la misma posición; Se detuvo un instante y observó el panorama de nuevo, estaba dispuesto a llevarse el queso, pero no quería caer en una trampa, observó bien, no vió nada raro, miró toda la cocina, allí encima de la mesa estaba aquella pequeña pieza de madera, la cual sostenía el pedazo de queso, al lado un pedazo de alambre doblado, dos cucharas y un plato vacío, era cuanto; avanzó decidido y subió hasta la mesa, se avalanzó hacía el manjar....... un ruido seco se dejó escuchar y a seguidas, la voz de la empleada del servicio doméstico dijo:

 - Otro que cae, este si es grande, que festín se va a dar el Misu. -

La ratonera, enemiga de aquella especie, había puesto fín tragicamente a la vida de Miguel, uno de los ratones de más experiencia contra el monstruo gato.


* El pedazo de queso, fué escrito en Marzo de 1969, en Santo Domingo, D. N., República Dominicana.